To Him
Y apareciste cuando mi cerebro seguía repitiéndose que el amor había muerto, cuando no había esperanza, cuando el universo era una oscura mancha con un gran signo de interrogación al medio.
Apareciste cuando mi piel seguía creyendo que nada la haría revivir, que había perdido todo, que estaba destinada a la soledad y la confusión.
Me hiciste primero sospechar, luego pensar de a poquitos, soñar tímidamente, adelantar un ¿qué pasaría si...? Empecé a recoger los pedacitos de mi corazón y pegar lentamente uno a uno en su lugar. Y que curioso, con el tiempo hasta el pegamento fue desapareciendo y pareció casi nuevo.
Me desarmaste con tu seguridad, con tu generosidad sin barreras, con tus ojos de basset y tus abrazos de oso. Rendí mis murallas y firmé la rendición sin condiciones. Salí de mi castillo con los guardias de las torres gritándome prudencia y temor, pero por una vez decidí no escucharlos, no oír a nadie más que a mi alocado corazón que como pocas veces decidía soltarse las cadenas.
Y descubrí de tu mano libertades no experimentadas, paz, risas, paisajes diferentes y mundos paralelos al oscuro de siempre. Me mostraste de a pocos que además de atemorizante, es excitante empezar una vida junto a alguien. Que los desacuerdos y desencuentros pasan desapercibidos al lado de la sensación de mezclar juntos los materiales y poner uno a uno los ladrillos de un hogar, de un presente-futuro.
Mi mente por supuesto sigue buscando a veces formas de ser infeliz, de convertir una pulga en un elefante, de hacerle algo de sombra a la felicidad. Porque soy feliz, porque te tengo, porque de pronto me despierto con tu abrazo, porque no me dejas hundirme y me tiendes tu mano fuerte para salir.
En el día que celebramos el inicio te escribo porque no se si seré capaz de hablar, porque sé que si puedo escribir es porque no tengo la capacidad de resumir en una frase, en un párrafo, ni siquiera en una palabra o un abrazo lo suficientemente fuerte todo lo que siento, todo lo que pienso, todo lo que estúpidamente reprimo siempre. Lo siento, soy tan tonta a veces.
Apareciste cuando mi piel seguía creyendo que nada la haría revivir, que había perdido todo, que estaba destinada a la soledad y la confusión.
Me hiciste primero sospechar, luego pensar de a poquitos, soñar tímidamente, adelantar un ¿qué pasaría si...? Empecé a recoger los pedacitos de mi corazón y pegar lentamente uno a uno en su lugar. Y que curioso, con el tiempo hasta el pegamento fue desapareciendo y pareció casi nuevo.
Me desarmaste con tu seguridad, con tu generosidad sin barreras, con tus ojos de basset y tus abrazos de oso. Rendí mis murallas y firmé la rendición sin condiciones. Salí de mi castillo con los guardias de las torres gritándome prudencia y temor, pero por una vez decidí no escucharlos, no oír a nadie más que a mi alocado corazón que como pocas veces decidía soltarse las cadenas.
Y descubrí de tu mano libertades no experimentadas, paz, risas, paisajes diferentes y mundos paralelos al oscuro de siempre. Me mostraste de a pocos que además de atemorizante, es excitante empezar una vida junto a alguien. Que los desacuerdos y desencuentros pasan desapercibidos al lado de la sensación de mezclar juntos los materiales y poner uno a uno los ladrillos de un hogar, de un presente-futuro.
Mi mente por supuesto sigue buscando a veces formas de ser infeliz, de convertir una pulga en un elefante, de hacerle algo de sombra a la felicidad. Porque soy feliz, porque te tengo, porque de pronto me despierto con tu abrazo, porque no me dejas hundirme y me tiendes tu mano fuerte para salir.
En el día que celebramos el inicio te escribo porque no se si seré capaz de hablar, porque sé que si puedo escribir es porque no tengo la capacidad de resumir en una frase, en un párrafo, ni siquiera en una palabra o un abrazo lo suficientemente fuerte todo lo que siento, todo lo que pienso, todo lo que estúpidamente reprimo siempre. Lo siento, soy tan tonta a veces.
Feliz aniversario amor, mil besos en los labios, en la frente, en el alma.