giselleblog

martes, julio 03, 2007

De gustos y olores

Ayer leía un artículo que ni siquiera recuerdo de que trataba, pero me quedó grabada una parte en la que el autor hablaba de cómo los olores podían proporcionarle un viaje al pasado sin escalas.
De pronto retrocedo yo misma al pasado y recuerdo una taza de una infusión de cebada que mi mamá me presentaba como gran calmante de un dolor de pancita. Y sin mediar escalas nuevamente retrocedo casi dos décadas al pasado hasata la cocina de mi abuela y su permanente jarra de infusión de cebada.
Casi podía tocar cada elemento en la cocina, las paredes ennegrecidas por el hollin, la mesa de diario, los jarros de leche de colores diferentes para cada uno de los primos que vivían con ella, la inmensa batea de madera donde preparaba cada pan y bizcocho exquisito.
Mi abuela falleció hace ya bastante, una víspera de mi cumpleaños (con lo cual nadie recordó mi cumpleaños hasta varios días después y yo no hice nada por hacerlo notar tampoco claro). En esa época no la estimaba mucho, había pasado una temporada en mi casa y su demencia senil nos había hecho pasar por demasiadas peleas y disgustos con la familia. Sólo quería que desapareciera del mapa.
Esa tarde el olor de la cebada me había enviado de un solo tiro hacia atrás y recordé. Recordé su baul de pirata con ese suave olor a jabón, no los de ahora, esos de antaño con ese olor tan suave y agradable. Sus pañuelos en la cabeza de siempre. Tenía una risa contagiosa por lo que puedo recordar. Y se parecía tanto a mi papá, o él a ella más bien. Era de lágrima fácil si no estoy mal, supongo que tantos años de penurias resblandecen el espíritu.
Es curiosa la historia, o tal vez no tanto. Supongo que hay miles de historias similares, sobre todo en los pueblos chicos de donde venía. Mi abuelo era el dandy del pueblo según tengo entendido y venía de una familia importante. Era un hijito de mamá (literalmente, su padre había muerto antes de que él naciera) y por supuesto con permiso de Dios para todo.
Como tal y con tal permiso tuvo dos familias, con 8 hijos en cada una y de edades similares. Mi abuela era la otra familia, la extraoficial de la que por supuesto todo el pueblo sabía. Pero supongo que las finanzas no daban para todos pues las historias que cuentan mi papá y sus hermanos son de la pata al suelo, de la abuela preparando incansablemente pan para que ellos salieran a venderlo o escribiendo cartas por dinero a los vecinos (no todos sabían escribir y leer claro). Ahora que soy mamá también y que se que por los hijos eres capaz de todo, aún no puedo visualizarme a unos escasos 20 años haciendo todo eso. A los 20 años se es una niña. O tal vez no. O tal vez depende de las circunstancias.
Para cuando llegó a la capital eran ya los hijos los que se hacían cargo, no tan brillantemente pero sobrevivieron. Mi papá, el conchito de la familia, fue el único profesional. Para cuando yo la conocí ya era una anciana por supuesto. No puedo recordar sus historias, no puedo recordar mas que dos conversaciones, una de ellas cuando era muy pequeña que terminó en un ataque de llanto por el cual me reprendieron mis primas y otra detestable cuando mis tios se la llevaron de mi casa y me dijo que había hecho lo que había hecho porque no quería estar en mi casa. Mi papá estaba destrozado adentro de la casa y su frialdad y esa risa cachacienta me sacaron de mis casillas. Solo la presencia de mis tios esperándola evitaron que la tirara al piso. Desde ese entonces (bueno, ya desde un poco antes) no quise saber más de ella y de hecho no derramé ni una lágrima en su entierro. Puedo ser muy rencorosa a veces.
A veces me he puesto a pensar en ella y en esa vida transcurrida botando hijos al mundo y haciendo malabares para mantenerlos, pegada a un hombre que no merecía ni siquiera una familia. Increible de imaginar hoy, o tal vez no, a tanto puede llegar el amor a veces.
De todas formas, sus hijos la adoraban y mi papá sufrió mucho por ella. Me parece que ellos también, aun siendo hombres pudieron ver detrás de ella esa vida de la que hablo.
No es posible recuperar recuerdos, como tampoco deshacer lo pasado ni enderezar sentimientos, pero la reflexión y los años y los cambios de circunstancias ayudan a repensar las cosas y si no, siempre hay por ahi una jarra de cebada caliente.