Sobrecogiéndome
Anoche no encontré nada que hacer y me puse a ver el Código Da Vinci. Confieso que me gustó el libro, fuera de toda la controversia, me entretuvo mucho y me quedé pegada hasta devorarlo de una sentada.
No soy fanática religiosa ni fanática agnóstica, oscilo entre las partes menos fanáticas de ambos lados. La verdad es que se me hace más fácil creer una versión más espectacular de la historia como la que presenta el libro, pero en todo caso me tiene sin cuidado cual es la historia real, me basta con tener mi poquito de fe que me mantiene en el lado de los cuerdos cuando no hay nadie más a quien acudir.
Sin embargo una parte que me gustó mucho, de hecho la única que vale para mi de toda la película es el final, el paso rápido de Langdon por la línea de la rosa hacia el Louvre que termina con él arrodillado sobre la supuesta tumba de la magdalena. Pero la escena no tendría ningún efecto sin la magistral música de Hans Zimmer. El minuto mismo en que Langdon posa su rodilla en tierra sobrecogido por la inmensidad de lo que acaba de descubrir, un instante de suprema adoración con la música elevándose como olas en el fondo y la noche y sus estrellas ahí arriba casi me transportan a la pantalla y me hacen sentir la poseedora de tal vez el secreto más grande, me hacen posar una rodilla imaginaria ante la tumba de la depositaria del fruto del hijo de dios.
Saber es poder. Pero que saber y que poder si fuera cierto verdad?
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