Reflexiones nada nuevas sobre un tema de siempre
A propósito del día del amor
Las experiencias enseñan dicen. En ningún campo es esto menos cierto que en las relaciones de pareja. Si lo fuera no caeríamos una y otra vez en el mismo torbellino de sentimientos, arrastrados por una mezcla de incremento de autoestima, hormonas y una torre de ilusiones.
Tal vez las mujeres somos más propensas a sufrir de estos ataques que nos impelen a construir castillos de arena instantáneos. Basta que ese chico en la ultima fiesta nos haya prestado especial atención, para que empecemos a probar que tal calzan nuestros apellidos y escuchemos como música de fondo el Danubio Azul de Strauss.
No importa que tan mala haya resultado la relación anterior. No importan las lágrimas y el “nunca más” con que dimos punto final a la historia. El próximo par de ojos bonitos nos pondrá a soñar de la misma forma.
¿Por qué persistimos en dar rienda suelta a estas emociones? ¿Por qué sigue siendo el alter ego tan necesario aún en esta época en que la autosatisfacción en forma de carrera profesional, bienes y consumismo en general parecen ser la norma?
En una película de Barbra Streisand, “El espejo tiene dos caras”, se formula esta pregunta, que la directora misma contesta: “porque mientras dura nos sentimos terriblemente bien”. Y en realidad sus palabras exactas fueron “fucking good”...
El ser humano no puede vivir sin ilusiones y la prueba de que aún conserva su calidad de humano, radica precisamente en que la mayor ilusión sigue siendo el ser amado y no el último modelo de Ferrari o la ultima cartera de Pravda; o aún la presidencia de una corporación. La más importante de las reuniones pasa a segundo plano cuando tenemos en la cabeza un nombre que nos hace latir las sienes. Las rodillas más firmes se vuelven mantequilla a la vista o aun al sonido de su voz.
Compramos cosas porque deseamos vernos bien, sentirnos bien. Nos arreglamos y lucimos lo mejor posible todo el tiempo porque tal vez a la vuelta de la esquina nos encontremos con ese alguien especial. El caballero de reluciente armadura en su caballo blanco que aparecerá sin que lo busquemos siquiera.
“Era la cita perfecta, como solo ocurre precisamente cuando no es una cita”, escuché en uno de los capítulos de una serie de moda. La detección de un espécimen interesante en una situación inesperada dispara nuestra coquetería natural aunque su carácter de inesperado mantiene las cosas, al menos en nuestra mente, al nivel de un encuentro sin consecuencias que nos deja ser nosotros mismos. Aunque de todos modos comience a sonar el vals de Strauss, solo por si acaso...